Las conductas de ansiedad tanto en niños como en adolescentes, pueden ser dolorosas de ver y muchas veces necesitan trabajarse pues pueden afectar la dinámica familiar. En este post te comento algunos errores comunes que pueden poner en marcha los padres en la crianza, que llegan a dificultar el manejo de la respuesta ansiosa:
No trabajar tu propia ansiedad: muchos padres presentan indicadores ansiosos que bien no han aprendido a reconocer, o que pese a que saben que los poseen, los pasan por alto. Como resultado además de los síntomas físicos, hablan más rápido, controlan más, escuchan menos y les cuesta acompañar la sintomatología ansiosa de los hijos.
Usar la evitación: un error común es evitar las situaciones que producen respuesta ansiosa (esa persona, ese lugar, esa interacción, esa actividad, etc). En efecto, muchos niños y adolescentes se convierten en evasores profesionales de experiencias que les generan ansiedad (quedarse inmersos en su mundo interno, usar excesivamente dispositivos, comer compulsivamente, utilizar drogas, etc).
Otra forma común de evitación es disminuir la importancia de una situación fallida o que puede llevar al fracaso para que no existan experiencias que generen frustraciones, esto puede debilitar la perseverancia de los niños-adolescentes y hacerles sentir que los recursos de afrontamiento que ponen en marcha son ineficientes.
Obligar a las hijos a enfrentar sus miedos demasiado pronto: La otra cara del error son los padres que se muestran muy entusiastas al abordar la ansiedad, obligando, presionando o sobre-exigiéndole a los hijos a enfrentar sus miedos. Esto, al igual que evitar las situaciones, dificulta el proceso de afrontamiento. Pues deja a los hijos sin recursos trabajados frente a situaciones en las que se sienten sin control.
Sobreprotegerles: Asumir responsabilidades por ellos, controlarles el entorno y no permitirles tomar ningún desafío, acomodándoles las experiencias para no producirles ansiedad, incluso no colocar límites. Se tiene la sensación que se camina sobre cáscaras de huevo, sin esperar que trabajen para tolerar la angustia. Esto limita el crecimiento mental de los hijos pues se le restan los espacios de oportunidad para explorar el mundo, volviéndoles dependientes del otro.
Creer que la ansiedad es una manipulación, disminuir o ignorar su miedo o preocupación: muchos niños y adolescentes que sienten ansiedad harían cualquier cosa para no tenerla, ni sentirla y mucho menos vivir sus síntomas. Invalidar lo que viven dificulta que podamos llevar una gestión efectiva de la misma, no notando que la ansiedad necesita ser atendida por profesionales. Así mismo, minimizar lo que los hijos sienten, hace que poco a poco dejen de contar lo que viven y agraven más la raíz del problema.
Creer que todo se trata de ti: muchos padres se frustran o se sienten culpables al ver que sus hijos se mueven a un ritmo diferente, por lo que se apropian de las respuestas de sus hijos. Estos padres son los que se enfocan tan profundamente en el tema ansioso que dejan de ver a los hijos, esto como mecanismo de justificación y a la vez de control. Como resultado sus hijos se abruman y terminan ocultando los síntomas ansiosos para no ser acompañados por estos padres.
Tener ideas erróneas sobre la ansiedad: centrar toda la energía en tratar de entender el punto de causa de la respuesta ansiosa, solo nos resta espacios para trabajarla. La ansiedad tiene un fuerte componente genético, por ende muchas veces los niños nacen con predisposición a la ansiedad. Eso no significa que no puedan aprender habilidades para vencerla, solo significa que necesitamos como padres dejar de intentar responder la pregunta "¿Por qué?" y enfocarnos en el “¿Cómo?”, en especial que sean los hijos quiénes respondan esa pregunta.
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